jueves, 15 de mayo de 2014

Dejar volar

Cuando mi hija se fue de casa para vivir su vida, durante un tiempo, para mi fue difícil. De pronto me dí cuenta que algo emocionalmente importante en mi vida había cambiado. Estuve una temporada debatiéndome entre la normalidad y la tristeza, es lo que los psicólogos llamamos el "síndrome del nido vacío". Cuando le comentaba a mi mujer mis pensamientos y emociones al respecto, me dijo que ella lo sufrió cuando nuestra hija empezó a salir y a llegar tarde a casa por las noches, y fue alrededor de los diecisiete años.

Las personas pasamos por momentos, experiencias en la vida, que son como un fuerte golpe y la correspondiente conmoción. Afortunadamente, los humanos contamos con mecanismos de defensa que nos ayudan, la mayoría de las veces, a soportar y superar, y por consiguiente a adaptarnos a la nueva situación. 

Si somos capaces de dejar nuestro egocentrismo un poco de lado y observar en perspectiva estas cosas y otras parecidas que todos sufrimos en un momento u otro de la vida, podemos llegar a sacar alguna que otra enseñanza, aunque ésta tenga más bien cierto tinte filosófico. La primera, y quizá la más importante para mi, es que mi hija no es mía, no en el sentido de propiedad. Mi hija es hija de la vida, y yo, nosotros, somos el vehículo utilizado por la vida para tal fin. 

Muchos de los conflictos entre las personas y más concretamente entre padres e hijos, se producen porque olvidamos este principio, debemos estar ahí, cuidando, apoyando y respetando la dirección que la persona decida tomar, aunque no sea el camino que a nosotros nos gustaría que tomara, debemos liberar a la persona de nuestros prejuicios y miedos y aceptar su decisión, al fin y al cabo es su vida.

No tenemos la capacidad de predecir el futuro ni certeza alguna de que sepamos realmente qué es lo mejor para nuestros hijos, y algunas veces ni tan solo para nosotros mismos, vivimos en la incertidumbre y debemos permitir que experimenten la vida y saquen sus propias conclusiones. 

Alguien dijo que vivir es aprender a despedirse. Aunque la frase, a mi modo de ver, es un poco fatalista, si que estoy parcialmente de acuerdo con ella en el sentido de que debemos dar y darnos el permiso para que las personas a las que queremos vivan su vida como lo consideren oportuno. Creo que es un acto de amor, respeto y sabiduría hacia la persona, hacia la vida y hacia nosotros mismos.